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lunes, 20 de julio de 2009

LAS IMPRECACIONES Juan Gonzalo Rose Sabido es ya que los libros no se dividen en bellos y feos, sino en importantes y no importantes. Las imprecaciones, de Manuel Scorza, es, en mi criterio, uno de los libros poéticos más trascendentales de la literatura peruana contemporánea. Y un libro trascendental para comprender el decurso literario de uno de nuestros países, tiene, necesariamente, un significado dentro del proceso artístico latinoamericano. Situándolo dentro de este último ámbito, vemos que él responde al nuevo acento de la poesía social -acépteseme este término- hispanoamericana; nuevo acento cuya característica más sobresaliente consiste en volver su rostro mozo a su más próxima realidad. Los padres poderosos de nuestra poética social fincaron sus cantos, principalmente, en motivaciones no por justas menos lejanas. Y esto se comprende. Porque el fogonazo auroral de la revolución rusa tuvo que herir sus sensibilidades y dejarlas marcadas con el ardor de sus símbolos. Son los ecos de tan alto bramido humano los que resuenan en los poemas de Vallejo, Guillén y Neruda. Sin embargo, en contra de lo que pudiera afirmarse, a resultas de las afirmaciones anteriores, fueron ellos los primeros en girar, de una manera consciente, su cara hacia América Latina. Su universalismo, por ser dialéctico, los hizo también ser nacionales y, por ello, aquél coincide con el provincialismo de Vallejo, con el sóngoro cosongo, de Guillén, y con el amo mi pequeño país de nieve, de Neruda. Por esto, no creo yo posible hablar -como alguien lo escribiera hace poco- de una nueva actitud en los poetas jóvenes de tendencia social. Sí, en cambio, es justo reconocer su nuevo acento, por el cual la patria torna a convertirse en núcleo poético. Al hablar de los tres poetas mayores, cuyos nombres ya he citado, dije que ellos fueron los primeros en volver, de una manera consciente, su rostro hacia América. Era necesario recalcar lo de su concienciabilidad, porque, a no dudarlo, antes hubo quienes lo hicieron, y es el movimiento nativista -cuyos más altos representantes son César Vallejo (en su primera etapa), y López Velarde- el aparentemente poseedor de títulos suficientes para reclamar la paternidad del neoamericanismo poético. Fáltale al nativismo -a sobra de otros méritos- la lucidez suficiente para percibir la trascendencia de su actitud. Sus integrantes actuaron al influjo de corrientes europeas de entonces y su voz fue, en lo fundamental, una insurgencia contra el motropolitismo y el burgos cosmopolita, sin que entrañase una defensa de lo nacional contra las deformaciones extranjeras, característica ésta sustantiva de la actual poesía social latinoamericana. Poesía social y de nuevo acento, pues, la de Manuel Scorza, en cuyas imprecaciones debátese su patria: La patria es tierna, me dijeron en la infancia; la patria tiene un río de rápidos diamantes; en la llanura el viento acerca a las doncellas su caballo blanco. Poesía social y de nuevo acento, como es la de Carlos Castro Saavedra en su Escrito en el infierno y Despierta, joven América, y como es la de Pedro Mirr en Hay un país, y la de tantos otros jóvenes creadores, afanados en expresar la realidad de sus respectivos países en el lenguaje de la poesía. Este nuevo acento, naturalmente, no obedece al acaso. Se halla íntimamente vinculado a las mayores posibilidades de liberación abiertas hoy ante nuestros pueblos, a su propio crecimiento como naciones de tipo moderno, a lo más clarificado y profundo de sus luchas cívicas. Señalado lo que tiene la poesía de Manuel Scorza de común con la corriente citada, cabe apuntar sus diferencias. No son sus poemas, poemas de esperanza; no es su estilo, estilo realista; no es “su” patria, la patria de los peruanos en eterna rebelión. Sus poemas no son de esperanza. En los jóvenes creadores de la poética social latinoamericana, a los cuales él se ha afiliado, hallamos siempre, como sostén, la gozosa esperanza; esperanza derivada de un conocimiento científico del devenir humano, de una fe invencible y militante. Sólo algunos cantos de su libro se hallan vestidos de este fulgor esperanzado; pero, en general, el tono predominante en su obra es el amargo, casi el desesperado: Ay, patria; ay, enemiga: ¿con qué me has mojado que no puedo secarme? Se me pasan los días untando con tristeza los papeles, mascando tu dolor se me pasa la vida. No es el suyo estilo realista. El realismo implica un análisis objetivo de los factores determinantes de una situación; el sopesamiento de la fuerza de aquellos factores, y la sapiencia de la forma en que dicha situación ha de resolverse. El realismo demanda un estilo ajustado a este análisis. El suyo es, más bien, naturalista, en cuanto describe una realidad; y no es realista, en cuanto no la estudia ni interpreta. Yo conocí en mi patria sólo rostros vacíos, hombres de mirada prematuramente cana, balnearios de hueso donde antes de tiempo veraneaba la muerte. Yo sólo recuerdo ojos en la niebla. No es “su” patria la patria de todos. No es el Perú clandestino, con sus asesinados a cuestas, con sus prisiones repletas, con sus desterrados en permanente ejercicio de libertad: Ay, eres ahora el hombrecito cobarde, la pared manchada, la bajeza, el servilismo. Ay, Perú: ¿fuiste torrente para ser pantano? ¿En este pozo cayó la alondra? ¿En este cerdo acabó mi toro? Pero todo esto, si queremos ser fieles a nosotros mismos, no merece ser condenado, sino explicado. No del aire ha nacido la voz de Scorza. Ha brotado de una situación real, vivida por él, muerta por él. El Perú, su patria, ha sufrido dos grandes derrotas. Acaeció la primera en el pasado siglo, cuando “el Perú” perdió la guerra con Chile, y ocupadas fueron sus ciudades, algunas de ellas hasta por cincuenta años, y luego cercenado su territorio. Pero no fue el Perú el que perdió la guerra. Fueron sus generales corrompidos y su oligarquía envilecida. Como no fue Chile el vencedor, sino los consorcios internacionales, sedientos de salitre. Pero, el sentimiento de la derrota se convirtió en una verdadera psicosis nacional. Fue entonces cuando se alzara la voz admonitiva de González Prada y sus clásicas imprecaciones: Patria, feroz y sanguinario mito, yo execro tu bárbara impiedad, yo repito: Humanidad. Su segunda gran derrota la experimentó “el pueblo peruano” en 1948. Tres años antes, cerrando un largo periodo de tiranías sangrientas, había conquistado las bases para la edificación de un Estado democrático moderno. A esta tentativa se opusieron los intereses extranjeros y los intereses nacionales coaligados con los primeros. Y, por la fuerza de las armas, “el pueblo” conoció un nuevo fracaso. Un fracaso en cual se hundían, crujiendo, esperanzas centenarias. Pero tampoco fue éste un fracaso popular. Fracasaron los hombres que, de haber sido fieles a sus propios ideales, estaban obligados a conquistar la victoria. Los jefes de un partido político bajo cuyas banderas se había organizado la esperanza. Ellos fracasaron. Sin embargo, tras su derrota arrastraron -o pretendieron arrastrar- a toda una generación ansiosa de luchas y nuevos derroteros. Es el rostro caído de esa generación, vencida antes de entrar en combate, el que Manuel Scorza ha levantado a la altura de la más alta poesía. Sus poemas, por ello, están entretejidos con los hilos dolientes de los sueños quebrados en la víspera amarga. Una vez más, como ayer, la imprecación se yergue desde la desesperanza agraviada, y recoge, en su levantarse, todas las pequeñas iras sin desagüe, el bilioso color de la cólera impotente. Es el de Scorza, por tanto, un libro escrito desde la orilla de la derrota. El testimonio ardiente de un fracaso colectivo que compromete por igual a los culpables y a los inocentes. Escrito desde la orilla de la derrota, sí; pero iluminado por el fulgor de la protesta, por el grito inconfundible y sobrecogedor del hombre en su caída. Grito digno de amor en cuanto humano y viril, aunque no sea su destino despertar con su voz el mañana; sino remover, con la necesidad de un examen de conciencia, las cenizas calientes del pasado. Es la patria maldita y amada de un ejército inocente vencido: A mí no me vengan con la patria espuma. La patria hiede ahora lastimosamente. La patria es un pozo que vomita buitres. A mí no me digan que hay visitas. ¿Hasta cuándo la patria va a ser el muro donde orinan los gendarmes? Ay, ¿hasta cuándo serás la ramera con la que sólo se acuestan los borrachos? Pero así como la amargura quemante de González Prada vése aplacada por su humanismo anarquista, la amargura quemante de Manuel Scorza se aminora ante la esperanza del nuevo mundo en forja, por obra y gracia de los claros trabajadores: Mas luego volveré. Cuando la libertad abra sus alas sobre mi país desesperado, volveré. Volveré con todos los nietos del mundo en primavera; y abuela y María y paloma, cada día vendremos a regar la parcela de alba que nos toque. A este tender sus alas hacia la orilla de la victoria, orilla alcanzada ya por los peruanos más sufrientes y más lúcidos, remitimos nuestra esperanza de que, muy pronto, se alce la voz del gran poeta en el terreno de la voluntad sin desmayos. En esta orilla, la orilla del Perú verdadero, lo esperamos sin plazo, para que nunca más su nombre sea unido a la tristeza. Impresionante análisis-testimonio de Juan Gonzalo Rose, amigo y compañero de luchas e ideales -y también de destierro- de Manuel Scorza; ambos integrantes de la imprescindible Generación del 50; que me entregó, inédito, la señora Lily Hoyle Scorza, su esposa. Fue publicado, parcialmente, en la página Cultural de La República, el 26 de noviembre de 2003, víspera del 20 Aniversario de su partida, gracias a su editor, Pedro Escribano, en el marco del Homenaje que organicé por tal acontecimiento, y que se realizó, con inolvidable éxito, el 27 de Noviembre, en la Escuela Nacional Superior de Folclor José María Arguedas. Está publicado íntegramente en ARTEIDEA, Número 9 - Marzo de 2004. Favor de difundirlo cuanto sea posible, con el ruego de incluir estas líneas. Siempre agradecido. Jaime Guadalupe Bobadilla / jguadalupe@derrama.org.pe

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